TENDENCIAS FUTURAS DEL FERROCARRIL EN EUROPA
Prever el futuro siempre ha sido muy arriesgado. Una cosa son las intenciones y otra la realidad, cambiante e imprevisible en cualquier momento, que puede ponernos ante situaciones excepcionales e incluso extremas, como se ha comprobado en casos de erupciones volcánicas, conflictos sociales, amenazas terroristas o pandemias.
Por ello, si una vez transcurridos 30 años desde los inicios del desarrollo del modelo europeo, se intenta realizar una comparación entre lo que se había previsto a comienzos de los 1990 y los resultados obtenidos a finales de los 2010, se puede apreciar que los ferrocarriles en Europa no están exactamente en el lugar que se pretendía.
En todo este tiempo han aumentado muchísimo más la normativa, la burocracia, y el peso de las instituciones y organismos de arbitraje, regulación, observación y control (que no siempre han demostrado tener el conocimiento y la sensibilidad requeridos por el ferrocarril); que la capacidad, prestaciones y operatividad del sistema ferroviario. Incluso, como ya se ha expuesto anteriormente, la longitud de la red ferroviaria continental se ha reducido considerablemente. Como consecuencia de todo ello, la participación del ferrocarril en el mercado del transporte de mercancías y viajeros no solo no ha aumentado, sino que, en muchos casos, se ha reducido.
Aunque el planteamiento teórico pudiera ser válido, la realidad práctica muestra que la separación de infraestructura y operaciones aumenta mucho los costes del sistema. Se ha estimado que esta separación en Europa tiene un sobrecoste anual de más de 5.800 millones de euros.
La operatividad general del sistema ha perdido eficiencia. Por una parte, porque es preciso respetar normas y procedimientos cada vez más sofisticados, conservadores y teóricos, que, en ocasiones, amparándose en un concepto Particular de la seguridad, rigidizan la explotación y limitan demasiado la eficacia.
Por otra parte, el nuevo sistema produce pérdida de economías de densidad, con la circulación trenes más pequeños, y de un aumento de los costes de oportunidad en la infraestructura, aumentando más el número de circulaciones que el de unidades de tráfico.
Además, existe otro inconveniente que a medio y largo plazo puede resultar muy peligroso para el Ferrocarril (con mayúscula) como modo de transporte, y es el poco o nulo estímulo a la investigación e innovación por parte de operadores y gestores de la infraestructura. Cuando el planteamiento se basa en un concepto de negocio, de costes, ingresos y gastos, y en un modelo de competición, del modo que sea, la innovación se reduce a lo estrictamente necesario para lograr esos únicos objetivos
I. Barrón de Angoiti