FC. MADRID-ALMOROX Estación de Goya (Madrid) en 1964, seis años antes de su cierre.
Foto de John Batts.
La estación de Goya fue una antigua estación ferroviaria que existió en Madrid, cabecera de línea férrea Madrid-Navalcarnero-Almorox y operativa entre 1891 y 1970. Los terrenos que ocupaba la estación estaban en un lugar conocido como la Quinta del Sordo, nada más cruzar el Puente de Segovia y que fue residencia de Francisco de Goya, de ahí su nombre.
La estación abrió al público en 1891, con la puesta en servicio de la línea Madrid-Almorox. Era la primera estación que se construía al sur del río Manzanares en aquel momento, y a una distancia considerable del centro de Madrid. En 1930 las instalaciones pasaron a ser gestionadas por el organismo de Explotación de Ferrocarriles por el Estado (EFE), y en 1965 a manos de la empresa Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha (FEVE). La estación fue clausurada el 1 de julio de 1970, tras haber partido el último tren.
Aunque la estación ya no existe hoy día, sigue figurando en el juego de mesa Monopoly, edición Madrid, como si aún existiera, junto a Delicias, Norte (ahora Príncipe Pío) y Mediodía (ahora Atocha).
Durante décadas, los madrileños la habían utilizado para viajar a Campamento, Cuatro Vientos, Alcorcón, Móstoles, Guadarrama, Navalcarnero, Villamanta, Méntrida, Alberche y Villa del Prado, un recorrido que tenía un total de 74 kilómetros. En los últimos 29 años (1941-1970), el billete sólo había subido dos pesetas y cuando se clausuró no llegaba a tres duros. Según recordaba un periodista en el diario Informaciones, con motivo del cierre, esta línea tenía "una ventaja inapreciable hoy: viajar despacio, entre pinos, entre olivos y encinas y por un puente chiquito, como una maqueta increíble".
Juan Carlos Payueta, un ferroviario madrileño nacido en 1928, recibió con pena la noticia de este cierre. En la estación de Goya, Payueta había conseguido su primer trabajo de factor en 1946, a través de unas oposiciones a las que se presentó cuando sólo tenía 18 años, y aquí prestó servicio hasta 1955.
"La estación era bastante grande", recuerda, "salían cinco trenes diarios, desde las ocho de la mañana, y se tardaba unas tres horas en recorrer los 74 kilómetros de Madrid hasta Almorox, porque el tren iba a una velocidad media de 20 kmh. Aunque, ahora nos parezca impensable, entonces nos parecía normal, porque no teníamos otra forma de vida".
Aquellos años de posguerra fueron muy difíciles para el tren. El veterano ferroviario cuenta que no había repuestos y el material era muy viejo. "Hasta 1960, las máquinas que utilizábamos en estas líneas eran modelos de finales del s. XIX, como los que aparecen en las películas de Harold Lloyd, con una chimenea aplastada y un cubículo donde el maquinista y el fogonero iban subidos encima del carbón. En realidad, los trenes funcionaban gracias al esfuerzo del personal, porque no había dinero para material ni para repuestos. Teníamos que desguazar una máquina para aprovechar las piezas y arreglar las otras cuatro. Los mecánicos hacían milagros. Y de forma asombrosa las máquinas seguían funcionando y llevando a los madrileños a bañarse los domingos al río Alberche. Era el milagro de España".
La línea Madrid-Almorox no se utilizaba únicamente para el transporte de viajeros, sino también para mercancías. "La estación de Goya", rememora Payueta, "suministraba a Madrid cientos de toneladas diarias de fruta y verdura de toda la vega del Alberche, Villa del Prado y Navalcarnero. Los camiones recogían aquí la mercancía y la trasladaban a Legazpi. Igualmente, el cemento necesario para construir los pantanos que hay alrededor de Madrid se transportó en esta línea".
Los mejores recuerdos de este jubilado madrileño se remontan a la década de los cincuenta, cuando los domingos los trenes salían abarrotados de excursionistas que iban a bañarse al río Alberche. Entonces él se ocupaba de despachar los billetes. Se montaba en el tren, hacía unas horas como interventor, pasa a el día en el río junto a su novia Pilar y se volvía, de nuevo con los viajeros al atardecer.
Cortesía: José Luis Caballero
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