LINEA 11 PUERTA REAL-BOMBA.
Puerta Real, Granada. Década de los 60.
Cuando adquirimos esta fotografía, sin precisión alguna de lugar o fecha, a primer golpe de vista nos sorprendió antes que otra cosa el destacado protagonismo del tranvía, como merecieran tenerlo especies y artefactos erradicados e irrecuperables para desgracia de generaciones actuales, pero al observar posteriormente otros detalles bien patentes en la imagen como el familiar anagrama de las siglas Tranvías Eléctricos de Granada estampado en un lateral del vehículo o el entorno muy familiar de esa calle, nos percatamos de que nos habíamos dado de bruces con un fabuloso hallazgo. Además de un clásico tranvía, éste al que le habíamos echado el ojo y acabábamos de redimir del deshonroso depósito de un intrincado y despiadado baratillo era uno de los nuestros, de los que un desdichado día fueron eliminados de nuestras calles como trastos viejos y que al verlos de nuevo hoy, aunque solo sea reproducidos en foto, nos procuran un tierno y sentido regocijo semejante al que podríamos experimentar al evocar más intensamente que de ordinario por un caprichosa incitación del inconsciente el recuerdo de un ser querido desaparecido tiempo atrás de nuestra vida. Aunque, para gran sorpresa nuestra ya le habíamos buscado a la foto un lugar, nuestra ciudad, faltaba precisar más en concreto la calle, operación no muy difícil cuanto que bastaba confirmar la sospecha de Puerta Real a partir del único edificio llegado a nosotros de esa acera, la del Casino, fácilmente identificable por el paramento de piedra, simulador de sillares, tan característico del edificio de Correos, recogido aquí muy parcialmente justo a nuestra izquierda. Los demás edificios presentes ahí son curiosamente los indultados en la gran escabechina de la antigua Puerta Real inflingida con ocasión de la apertura de la calle Ganivet y que, pasados aproximadamente otros treinta años después de aquel indulto, han desparecido irremisiblemente bajo los actuales números 3 y 5 de la Acera del Casino entre Correos y la calle Almona del Campillo. El primero, el de cinco vanos y tres plantas con azotea, aquí situado justo detrás del tranvía, hubiera merecido la pena conservarlo, además de por la calidad del edificio, por ser uno de los más antiguos de toda esa zona. En sus bajos durante muchos años tuvo su estudio de fotografía Don Manuel Torres Molina y mucho antes de que fuese conocido por ese tradicional negocio de la ciudad, casi una institución, fue perpetuado en las tomas hechas por José García Ayola desde el vecino edificio del Suizo, circunstancia que lo hace remontar, cuando menos, al año 1880. El edificio tenía un peculiar remate que lo distinguía de toda esa acera, bien surtida de edificios realmente notables, una azotea con recia balaustrada contenida entre torretas a sus extremos, provistas ambas de sendos balcones raseados con tejado en frontón. En la fotografía, además de un establecimiento hotelero en la segunda planta, vemos parte de una cafetería en el bajo contiguo a Correos, a cuya puerta parece tomarse un respiro un camarero de dicho local, e inmediato a éste, la gran moldura corrida que decoraba ostentosa y señorialmente la entrada al famoso estudio de Don Manuel. Más a la derecha se encontraba emparedado entre dos grandes edificios uno más pequeño de dos plantas, absorbido o repartido por los dos únicos números que ocupan hoy este céntrico tramo de la acera, cuyo extremo lo seguía ocupando entonces este otro edificio de tres plantas y entresuelo, de azarosa y distinguida historia. Era el del antiguo Café Nueva Delhi, antes Imperial, de tanto abolengo literario como el Alameda, aún existente con el nombre de Chiquito, y que, a diferencia de su rival, afortunadamente escamoteado a la piqueta, con su desaparición física ha borrado también su memorable contribución a la fermentación de autores y público ilustrado que bullían en la terraza y en los salones de su acogedor interior. El edificio, muy probablemente se construyera a comienzo mismo del siglo XX, dado que no aparece en la serie de postales de Francisco Román Fernández, y, aunque respetado por el plan de urbanización de la vieja Manigua como punto de referencia de la nueva calle Almona del Campillo, fue muy remodelado en la distribución y decoración de su fachada al convertirse desde entonces en vistosa esquina. A poco de adoptar esa nueva cara echó en olvido sus veleidades artísticas, como cuartel de filas bohemias, y se decantó por un negocio de otra índole bien diferente ofreciendo sus bajos al Banco Popular Español. Desde entonces, incluso sustituido ya por un funcional y adocenado bloque de pisos, ha persistido en este servicio a los nuevos herederos de la misma entidad bancaria. Pero, prestando atención a este viejo o renovado fondo, se nos ha quedado coja la foto de nuestro tranvía en espera de asentar en algún año o en alguna fecha aproximada la otra pata con la que andamos por este mundo, la que nos hace marchar por algún momento de nuestra existencia. Y éste, a falta de una fecha expresa, parece que andaría por el comienzo de los sesenta cuando, ya terminado e inaugurado en 1958 el edificio de Correos (aun cuando su terminación data más exactamente de 1955) empezaron a bajar de Francia y a circular por la Península, justamente a partir de 1957, vehículos fabricados en aquel país, presentes por casualidad en nuestra foto. Gracias a las competentes indicaciones de Don José Quiroga, un buen conocedor de las marcas más corrientes en aquellas décadas, sabemos que el coche aparcado a la derecha del tranvía es un Simca Ariane, importado de allende los Pirineos entre 1957 y 1963. Por lo que inferimos que podemos situar la fotografía en los primeros años de la década de los sesenta cuando ya se haría habitual este Simca por nuestros lares y aún continuaba en servicio una línea urbana del tranvía, concretamente la 11 entre Puerta Real-Bomba, rodando a su gusto sobre los raíles de este extremo de Puerta Real. Por lo que respecta al fin definitivo esta línea, aún entre los acreditados especialistas en que nos apoyamos, como Don Carlos Peña Aguilera, no hay una fecha unívoca, oscilando entre 1969 y otras fotografías fechadas con seguridad ya en los primeros años de la década siguiente. Sea como fuere, nos movemos en esta foto mucho antes de 1969, en el capítulo final del tranvía en trayecto estrictamente urbano que se escribió con la presencia de esta veterana serie de coches, ya con treinta años en su haber desde 1930, pequeños con respecto a los de las líneas interurbanas, con cinco ventanas laterales, frontal plano de tres ventanas, plataforma cerrada y con capacidad para cincuenta y ocho viajeros. Su genuina estampa, con el todo el encanto de que disfruta lo obsoleto y lo salvado de la fatal sujeción al cambio permanente, conservaba esa domesticación ingenua a que muchas generaciones someten sus productos comerciales. Nos referimos a la publicidad que, en el caso de estos tranvías de velocidad aún más lenta, era doble en la superficie lateral de su chasis y en el tejado. Aunque afortunadamente afloren aún en alguna fotografía más, en pocas los vamos a ver ocupando un lugar tan privilegiado como tienen en ésta sobre la escena de nuestras calles tal y como, en opinión de todos, viejos nostálgicos o nuevos aficionados a lo antiguo, merecen tenerlo. Podemos hasta hacernos una idea de su interior y conjeturar o recordar los mismos pasos que podían dar por su interior los pocos usuarios que a esa hora del día, tal vez un festivo, podían dar hasta acomodarse en sus bruñidos asientos de listones. Era un trayecto en tranvía ya muy mermado por entonces pero que gracias a esta sencilla foto podemos recordar con nimios, entrañables y casi olvidados pormenores que, para activar un mundo pretérito, lo son todo.
Texto y foto: Didimo Ferrer.
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