Buenos días, y feliz año nuevo.
Hace tiempo dije que contaría una anécdota sucedida en el Correo Madrid-Salamanca-Astorga y viceversa, y como ocurrió en fechas navideñas, me parece el momento adecuado para narrarla.
Por allá, el año 1961 ó 62, se aproximaban las Navidades y fuimos de Madrid a Salamanca. El departamento de un "cincomil" de III iba lleno, como siempre ocurría en fechas de gran afluencia. Nosotros éramos cinco, dos matrimonios que no se conocían de nada, y otra persona, que nada tiene que ver en la historia. Digamos que los dos matrimonios eran los Sres. de A, y los Sres. de B.
Como era habitual, la intimidad del departamento, que tanto echamos de menos casi todos los que de ella disfrutamos en aquellas épocas, propició un magnífico ambiente de charla, buena camaradería, y todo lo demás. Daba igual que todos llevásemos aquellas inefables tortillas de patatas, porque lo normal era compartir unas y otras.
Los Sres. de A y de B entablaron una relación que más parecía una amistad de toda la vida. Durante la charla, quedaron en verse en Salamanca para ir por ahí a alternar, y se dio la circunstancia de que la Sra. de A y el Sr. de B volvían a Madrid el mismo día, permaneciendo en Salamanca la Sra. de B y el Sr. de A algunos días más.
Incluso, resultó que la vuelta de la Sra. de A y el Sr. de B coincidía con la nuestra. De hecho, nos encontramos casualmente con los dos matrimonios en la cola para sacar los billetes de regreso. Era el mismo día del viaje, ya que la venta anticipada con reserva valía más dinero, y los tiempos no estaban para alardes económicos.
Cuando estaba entrando el Correo procedente de Astorga, con los coches atestados de viajeros, anunciaron por los altavoces, (lo que ahora viene siendo la megafonía), que iban a añadir más coches al tren. Los esperanzados viajeros que aguardábamos en el andén nos desplazamos juiciosamente en dirección Plasencia, ya que allí había quedado un amplio espacio vacío, y era lógico que por ese lado añadiesen los flamantes "cincomiles".
Cuando una vieja 030 de maniobras empujaba los coches para engancharlos al Correo, mi padre vio que algunas ventanillas venían abiertas, así que mi hermano y yo fuimos introducidos por una de ellas para que tomásemos posesión de todo el departamento, ya que entre los Sres. de A y de B y nosotros cinco, ya quedaba casi repleto. Al detenerse los coches, una tromba de gente subió a toda prisa en busca de los ansiados asientos. Mi hermano y yo nos plantamos en la puerta del departamento, diciendo que estaba todo ocupado. Sorpresivamente, nadie puso en tela de juicio lo que decíamos. Y digo sorpresivamente, porque las normas decían que para reservar un asiento sin reserva previamente pagada, bastaba con dejar alguna prenda personal, a condición de que el tren ya hubiera iniciado el viaje, siendo necesario hasta tanto, la presencia física de la persona.
Cuando llegó el resto de nuestra familia y los dos matrimonios, solo quedaba libre un asiento. De pronto, mi padre se percató de que el departamento estaba reservado con aquellos papelitos diabólicos, que significaban que alguien había pagado por la reserva. Los quitó todos, y se los guardó en el bolsillo. Como era de esperar, algunos viajeros vinieron después reclamando su asiento, pero los papelitos no estaban, y nadie los había visto. Vino el Revisor, que juraba y perjuraba que él mismo los había colocado unas horas antes.
En vista de que realmente no teníamos ni pizca de razón, mi padre dijo que no importaba, que ya nos iríamos turnando, que los niños no paran en los asientos, y que la mitad de los matrimonios se quedaban en Salamanca. Recordemos que la la Sra. de B y el Sr. de A se quedaban algunos días más. Todos aceptaron de buen gusto, el Revisor vio que se resolvía el problema de buena fe, y se quitaba un problema de encima. La Sra. de A y el Sr. de B permanecieron en el tren, y sus respectivos cónyuges los despidieron alegremente desde el andén.
El tren salió con algún retraso, como era habitual en aquellas épocas; retraso que se fue incrementando, debido sin duda al mayor tonelaje del tren, y a la necesidad de paradas más largas ante la gran afluencia de viajeros. Recuerdo los espectaculares patinajes de la máquina en varias ocasiones, y especialmente el que se produjo al arrancar en la fuerte rampa de acceso a Ávila, ya que la señal de entrada la encontramos cerrada.
A todo esto, la calefacción de vapor fue adquiriendo unas temperaturas realmente notables. De hecho, la mayoría de las ventanas iban abiertas, a pesar del intenso frío invernal, y de la fuerte nevada que encontramos al paso de la Sierra de Guadarrama. Por el contrario, las luces fueron palideciendo, supuestamente por alguna avería en la dinamo que recargaba las baterías, hasta el punto de que la oscuridad invadió completamente el coche.
Respecto a la disponibilidad de asientos en el departamento, poco problema hubo. Y no porque los niños fuésemos mucho tiempo de pié. La Sra. de A y el Sr. de B fueron los que dejaron sus asientos libres permanentemente. Al poco de salir de Salamanca, salieron a fumar al pasillo, y ya no volvieron a sentarse. Fueron intimando más y más, hasta darse un buen lote, que fue en aumento a medida que disminuía la luz. No puedo afirmar, debido a la oscuridad, si llegaron a hacer alguna excursión conjunta al retrete. Decir otra cosa sería incurrir en falso testimonio. Y encima, con el retraso acumulado de dos horas y media, la duración del viaje, que según el Horario Guía del fallecido Juan B. Cabrera, era de cinco y media, se vio ampliada hasta las ocho horas, muy bien aprovechadas por la Sra. de A y el Sr. de B.
Siempre me he preguntado si la Sra. de B y el Sr. de A aprovecharon también el tiempo. Esa parte de la historia no la conozco.
Saludos navideños.