mikado269 escribió:
preciosas fotos!!...sobre todo,con la nevada cayendo,cualquiera diria,que estarias en busdongo..
esa 318...no tiene desperdicio.lastima que fuera de noche...y aun,dando batalla,por nuestras lineas.como dice un forero de aqui,en su avatar...POWER ALCO!!,
respecto a esta linea,para mi es muy especial,porque por esta linea,iba yo alla por los años 85-90,camino de alicante,en el costa blanca.cuando pasaba por estos pueblos de la mancha,en verano,a mi destino de vacaciones,siempre iba asomado a la ventanilla de mi 8000,oliendo los aromas,de el fermentado de vino..que llegaba a mi 8000 circulando a 100 kms/h..pasando los cambios,dando unos saltos,que reiros vosotros del de felix bautgartner,...

..que parecia que en cualquier momento,saldriamos fuera de via.
y parando en casi todas las estaciones...alcazar,que paraba mas de 30 minutos,campo de criptana,socuellamos,villarobledo,la roda,albacete,que no bajaba la parada de otros 30 minutos..aparte de que,recuerdo de carecer de traccion electrica hasta alicante,y por eso,en albacete,cambiaban la japonesa que traiamos,y cambiaban por la 333...y de ahi..vueeelta a las paradas en las estaciones.llegabamos,a la encina,con las primeras luces del dia,casi a renglon seguido,e incluso,parando al mismo tiempo,que el estrella de valencia(no recuerdo su nombre ahora)...pero,como dije,para mi,es y sera siempre,una linea adorada,.y fantastica.
saludos,con añoranza!!

Comparto totalmente tus vivencias, pues yo vivo en La Roda y, por unos motivos o por otros, a menudo utilizaba los numerosos trenes que unían los pueblos y ciudades de esta línea para viajar. El Expreso Madrid-Valencia, que yo sepa, nunca llegó a tener nombre comercial. Luego estaban los otros dos: Madrid-Alicante (Costa Blanca) y Madrid-Cartagena (Costa Cálida). En aquellos años disfrutábamos de una cantidad y variedad de trenes muy difícil de imaginar hoy en día: uno que recuerdo de forma muy especial era el Expreso Barcelona-Andalucía/Extremadura, pues su larguísima composición de verdosos coches 8.000s parando en La Roda no parecía tener fín. Las noches de verano eran mágicas, con el calor sofocante de La Mancha, después de cenar nos juntábamos la pandilla de amigos a eso de las 23 horas para trasnochar un poco más de la cuenta, y mientras unos se iban a por ahí a hacer sus 'gamberradas', otros salíamos disparados a la estación a ver trenes: qué emocion nos daba cuando, delante de nosotros, salía el especialista a cerrar la barrera del paso a nivel para 'traerse la llave' y poder abrir las señales. Pasaba junto a nosotros, y nos saludaba con una especie de complicidad, la de álguien que sabía de nuestra pasión por este mundo tan maravilloso: -Qué, ¿ya estáis listos para ver unos cuantos trenes?- nos preguntaba. Y qué TRENES! A continuación, pasaba a la sala de circulación, cuya puerta permanecía abierta para refrescar aquella dependencia con ese característico olor medio de oficina, medio de sala con aparataje eléctrico. Al asomarnos a quella sala desde la puerta del andén, se vía el interior a media luz, con la mesilla y su flexo encendio alumbrando el cuadernillo donde estaban anotadas las circulaciones y su hora de paso, algún documento más, etc. Pero el verdadero protagonista era el enorme pupitre donde estaba esquematizado todo el entramado de vías de la estación, con sus 'lucecitas' blanquecinas indicando la posición de las agujas, y los colores rojo de los semáforos indicando parada a la salida y entrada de cada uno de los haces de vías. Detrás del pupitre, en la pared del fondo una pequeña caja eléctrica de color verde, con su cerradura, unida por un grueso cable al pupitre antes mencionado y a la sala de relés donde estaba todo el aparataje eléctrico. Una vez que el especialista introducía la llave bouré que había sacado de la barrera, en la cerradura de la caja verde, el cuadro abría las señales necesarias para que los trenes pudiesen entrar y pasar por la estación.
Eran sobre las 23'30 horas, y aparecía el Expreso de Barcelona (como coloquialmente lo llamábamos), con su verdosa japonesa 269 seguida de una veintena de coches serie 8.000 -y algún 5.000 intercalado-. Si venía con algún minuto de adelanto, el factor de circulación lo desviaba a la vía 4, de esta forma al hacer los cambios más despacio -a 30 km/h- perdía algún minuto más de lo habitual y de esta forma llegaba clavado a su hora. El ambiente en la estación era fabuloso; la cantidad de personas allí congregadas para despedir, recibir o montar en el tren era considerable. Había una vida y animación difíciles de describir en estos renglones: una anécdota, un chascarrillo, un comentario que compartir con el factor de circulación y el resto de viajeros allí congregados. La costumbre de comprobar el correcto funcionamiento de la linterna se había convertido en todo un ritual: mientras el tren iba entrando en la estación y el factor hablaba con los allí presesntes, hacia girar la ruletilla que mudaba los plásticos rojo, naranja y verde en la óptica de la misma, proyectando un haz de luz multicolor sobre el suelo gris del andén; era un momento mágico, muy especial para unos niños que apenas llegaban a rozar la adolescencia. Y cuando nos queríamos dar cuenta, la verdosa Mitsubishi con sus ventiladores a plena potencia pasaba delante de nosotros, con sus chisporroteantes zapatas luchando por detener el enorme convoy; la bocanada de aire caliente, con esa mezcla de olor a quemado eléctrico y aceitoso daba paso al traquetero de los bogies Minden de los ochomiles, con sus dinamos girando a gran velocidad y las chispas de las zapatas rebotando contra el carril y las traviesas, deteniéndose lentamente pero sin la más mínima dilación. Todo un nuevo mundo quedaba situado delante de nosotros: decenas de compartimentos a media luz con sus cortinillas descorridas y las ventanillas bajadas en busca de la fresca brisa nocturna manchega. Unos viajeros dormían, otros mantenían una entretenida conversación o devoraban las páginas de un libro, otros fumaban asomados a la ventanilla... Apenas teníamos tiempo para ver mucho más, pues transcurrido uno o dos minutos, el factor daba un contundente soplo a su silbato para que fuese bien escuchado desde la locomotora, ya situada fuera de andenes, en los límites que admitían las vías de la estación, pero fuera del alcance del alumbrado de las farolas. Desde la japonesa respondían con su característico pitido, medio ronco medio agudo, y de nuevo el majestuoso tren empezaba a moverse. Muy lentamente la 269 conseguía poner en movimiento tan largo convoy. Nosotros, que poco a poco nos habíamos ido hasta casi la altura de la locomotora, observábamos con una devoción admirable cómo el potente foco rasgaba la oscuridad de la noche, iluminando el tramo inmediato a la locomotora; alejándose poco a poco, con la cabina iluminada ténumemente por los testigos y luces de los indicadores del pupitre de mandos de la 269. El tren se retorcía al abandonar la vía 4 e incorporarse de nuevo a la 2, algo que denotaban las hileras de ventanillas más o menos iluminadas en los compartimentos que alejándose se perdían en la inmensidad de la noche. La larga serpiente verde se estiraba en toda su longitud a través de las largas rectas de la llanura manchega, y lentamente el sonido de la Mitsubischi y el traqueteo de los coches de viajeros de nuevo daban paso a la tranquilidad y el silencio nocturnos; pero no por mucho tiempo, pues el Expreso-Barcelona era el tren que, cada noche, abría una prolongada letanía de circulaciones que se repartían otros muchos Expresos o mercancías (postales incluidos) durante toda la madrugada, y que no cesaba hasta casi las 5 de la mañana. Las noches eran así de mágicas; y así las recordamos y recordaremos quienes vivimos aquellos maravillosos años, para siempre.
Saludos