EL COCHE 39 DE LA LINEA 4 A GABIA.
Puente del Genil, 1959.
Contemplamos en esta fotografía el coche 39, uno de los tradicionales amarillos, "cangrejos" en el argot tranviario, muy asiduo de la línea 4 suburbana entre Granada y Gabia la Grande al término o a la llegada de su recorrido junto a los remates que por entonces decoraban el pretil del puente, por antonomasia, del Genil.
En casi todas las instantáneas conservadas hacia finales de los sesenta aparece este mismo vehículo con la alegría cromática del amarillo escamoteada aquí por los tonos mates del también sugerente blanco y negro. La denominación de "cangrejo" , por cierto, la debían al color rojo que tuvieron en su primera época y con la que, aún en esta otra del amarillo, continuaron perviviendo como cualidad clásica en la imagen más tradicional conservada de este añorado medio de transporte.
Este que vemos en la imagen se quedaba aquí, a un centenar de metros, en la Acera del Darro al término de un viaje de diez kilómetros que lo separaba de Armilla, Churriana, La Gloria y Gabia, en intervalos de 45 minutos desde las seis menos cuarto de la mañana hasta las diez de la noche.
En cuanto a la velocidad punta con la que efectuaría este trayecto dudo que no sería muy elevada porque los dos tableros longitudinales colocados en el techo para publicidad normalmente se reservaban para las líneas urbanas, presumiblemente más lentas que estas otras de mayor recorrido, llamadas de los pueblos.
El año, es 1959, hace exactamente sesenta años, fecha que no he podido comprobar con la ayuda de referentes como el de esta sucursal de Rotor que aparece anunciada en los laterales del tranvía. El reloj Cauny sí que es un viejo conocido, casi inevitable, en estos años finales de los cincuenta cuando parece que el bolsillo de los españoles podía pensar en un artículo de consumo distinto a aquellos remedios farmacéuticos para infecciones estomacales tan comunes en los paneles de los tranvías fotografiados en la primera posguerra.
Como nota final, también observada en fotos de este mismo coche en marcha, compruebo que, como se indica en las monografías dedicadas al tranvía recientemente publicadas, este vehículo no disponía de puertas sino de una cadena de protección. Los conductores durante el invierno se veían abrigados, por ello, con gruesas pellizas como parte de su uniforme. El de este coche parece que se encontraba en el extremo anterior y, muy probablemente, en días de invierno se habría calentado, además de con la pelliza, con un trago en el Rancho Grande, durante una de las pausas de su rutina cotidiana.
En cuanto al resto de la escena, también desaparecida, al igual que el tranvía, no dejaba de tener entonces su atractivo, resultado de una mezcla de aditamentos y postizos añadidos al primitivo puente en beneficio del tráfico peatonal y rodado, hoy más aliviado, sencillo pero, en mi opinión, demasiado correcto y soso.
Texto cortesía : Didimo Ferrer
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